Así llegó una nueva vida

Había sido un embarazo duro.Madre primeriza, en medio de una horrible pandemia mundial.
Cuando nos confinaron estaba de veinte semanas justas, así que pasé la mitad de mi embarazo encerrada en casa, con los miedos propios de llevar dentro de tí una pequeña vida y la inseguridad que genera saberte responsable del bebé que llegará. Además, del miedo general que brotaba en esos días tan locos. Según se acercaba mi fpp, la incertidumbre iba creciendo, por no saber bien si mi marido podría acompañarme durante el ingreso y el parto. Por suerte, él pudo estar conmigo en todo momento.
Llevaba días en los que las malditas contracciones de braxton hicks que me habían acompañado los dos últimos meses, se habían vuelto más intensas, pero seguían sin ser regulares. En la última visita a mi ginecóloga me había dicho que había dilatado un centímetro y que el parto podría desencadenarse en cualquier momento, habían pasado ya dos interminables semanas desde entonces.Esa noche, mi cuerpo empezó a gritarme que algo estaba cambiando.Las contracciones llegaban cada menos minutos, y un líquido rosáceo no muy abundante había dado la voz de alarma, así que a las 12 de la noche estaba paseando por la calle a la espera de una señal que me hiciera ir al hospital. Está no llegó hasta las cuatro de la madrugada.Había intentado dormir algo, puesto que no parecía que avanzara, hasta que unas contracciones cada vez más intensas me despertaron, ahora sí eran regulares. Desperté a mi marido para que me ayudara a decidir cuándo era el momento de irnos, y ese momento llegó poco después, cuando ahora sí, un hilo abundante de líquido amniótico comenzó a chorrear por mis piernas.
Llegamos al hospital cerca de las siete, dilatación ni dos centímetros.Una hora de monitores, dos centímetros, tengo que esperar a que me den habitación para seguir dilatando allí.Una hora después subo a planta, cada vez las contracciones son más fuertes, y yo estoy agotada. Me explican que no puedo entrar a paritorio hasta los tres centímetros, pero al hacer tacto, estoy ya de cuatro. Monitores otra vez y a esperar que haya hueco en paritorio.Cada vez me resulta más difícil estar tumbada inmóvil con esas horribles tiras presionando mi barriga, llamo a la enfermera, necesito que me los quiten. Ella es reacia hasta que empiezo a vomitar. Está sin duda es la parte más dura del proceso, siento que no puedo más, cada contracción me hace vomitar, son tan frecuentes que no soy capaz de descansar entre ellas, no puedo ni hablar, siento que en algún momento voy a desmayarme.Por fin me llevan a paritorio, pido la epidural y me coloco con las pocas fuerzas que me quedan para que me la pongan. Gracias, gracias, gracias. Por fin puedo coger aire y descansar. Dilatación completa, ya sólo falta que la bebé se coloque para empezar los pujos.
El parto fue precioso, la matrona que me acompañaba colocó un espejo delante de mí para poder ver cómo nacía mi pequeña, me guió desde el respeto, ayudándome a identificar cada contracción que ahora a penas sentía, animándome a encontrar la posición que me fuera más cómoda para pujar, gracias de corazón. Cuando me quise dar cuenta, puso a mi bebé sobre mí. 
Amor infinito.Sin ninguna duda, este ha sido el momento más feliz de mi vida. Ya no sentía el cansancio, lo había conseguido, y por fin, ella ya estaba allí, conmigo, al otro lado de la piel. 

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