Aquel jueves 9 de abril fui a monitores, ya cumplida. Y no sé que tendrá mi barriga, que los bebés nunca tienen ganas de salir y crecen muchísimo, así que me programan una inducción para el día siguiente. Llegué a casa con un nudo en la garganta y al ver a mi madre y a mi marido rompí a llorar. Ya sabia a lo que iba. Llevo una cesárea y un ectópico a mis espaldas. Me hice unas fotos en familia y preparé las cosas.
Ingresé a las 8, sola, con mi mochila. Podía ver en los rostros el miedo que se vivía en el hospital. Empezamos inducción y con ello la primera videollamada. A las tres horas me rompen la bolsa y a la media hora estoy dilatada de 5cm. En la pelota, caminando por la habitación, sin parar. La matrona me dice que avisa al anestesista que vaya viniendo. Tengo dolor soportable pero quiero epidural. Cuando ya estamos en ello, gritos por el pasillo y de repente me encuentro sola sentada en la cama. Hay una urgencia y me dicen que voy a parir sin epidural. El corazón se me dispara pero tengo que aguantarme. Al rato, no tengo fuerzas para levantarme de la cama. Cuando llego a 7cm no puedo más, me desespero, y pido que me den algo para el dolor, y tanto insistir me ponen un poco de sedación. Es como una pesadilla, que quieres llamar a alguien y no te sale apenas la voz. Ya no sé que me duele. Le pido a la matrona que se quede a mi lado, necesito a alguien cerca, no quiero estar sola. Pobre María, a cada contracción me ponía a gritar su nombre. Y ella ahí, sentada a los pies de mi cama mirando el suelo. No podía hacer más, solo estar ahí. Y para mí era todo.
De repente aparece mi marido, al que apenas puedo mirar del dolor que siento pero gratifico su presencia. A las 15.30h pasa el anestesista, ya estoy de 9cm pero insisto en la epidural. Me la pone, pero sigo sintiendo cada contracción con la misma intensidad. Me pongo de mil posturas, y nada. A las 18.30h, ya en completa, entro a paritorio. Algo nuevo para mí, porque en mi otro parto me subieron a quirófano. Siento que no puedo más. Escucho que le dicen al celador que no se vaya, y me lo tomo como una última oportunidad o me suben de nuevo. Así que empujo como una leona, con todas mis fuerzas. María sigue a mi lado y me va guiando, tocando mi barriga. Y cuando oigo al equipo que avisen al pediatra, me vengo arriba. Cinco empujones, con “la mujer de verde” en mi cabeza, de las clases de matronatación. Y en el último, me incorporan para ver salir a mi bebé (4.240kg, 53cm). Rompo a llorar como una niña. Apenas puedo ver a mi bebé con la mascarilla, pero ya lo tengo en mis brazos, sobre mi pecho, caliente, y puedo ver en los ojos de mi marido esa complicidad y el mismo sentimiento compartido.
Me faltó mi mayor
️. Pero él sería el primero en conocer a su hermano, no al contrario como es de costumbre.
Solo puedo estar agradecida con el equipo del Hospital de San Juan. Gracias.